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Hoy me tomo un break: cuando ser “la buena del cuento” ya no alcanza

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Vivimos en una cultura que premia la calma, la compostura, la sonrisa a pesar de todo. Nos enseñaron que ser “la buena del cuento” significa ser paciente, comprensiva, contener y perdonar siempre. Y en ese guion invisible, muchas veces terminamos cargando con más de lo que nos corresponde.

Pero hay un momento en que el cuerpo, el alma y hasta la respiración dicen basta. Ese instante donde los cables se cruzan, donde el orden interno se desacomoda, y lo único que queda es reconocer la verdad: no puedo, no quiero, no debo seguir sosteniendo el disfraz de la perfección.

Porque a veces la vida te enfrenta a personas que, desde su propio dolor, reaccionan contra ti. Y tú, en lugar de señalar lo injusto, dices “pobrecito” y te tragas la culpa que no es tuya. Ellos descargan su enojo, te culpan, y de pronto, terminas siendo la mala de la historia. Y ahí estás tú, otra vez, poniéndote el traje de comprensión infinita, dándoles razón, aceptando que “sí, quizá fue mi culpa”, aunque en el fondo sepas que no lo es.

Sucede igual con la ayuda: cuando otros te piden estar, corres, sostienes, acompañas. Pero cuando eres tú quien atraviesa la enfermedad, el cansancio, la tormenta, ¿quién aparece? Muchas veces nadie. Tu dolor no recibe la misma compasión que tú regalas. Y esa asimetría pesa, hiere, desgasta.

Ser “la buena del cuento” parece siempre implicar pagar un precio alto: callar tu enojo, minimizar tu herida, justificar lo injustificable. Pero llega un día en que dices: ya no más. No más de culpas prestadas, no más de sostener la fragilidad ajena mientras la tuya se queda sin sostén.


El cansancio de ser siempre la que comprende

Sanar puede ser hermoso, pero también agotador. Y más aún cuando la historia siempre te pone a ti en el papel de comprender al otro, de justificar sus heridas, de contener su caos. Como si tu único rol fuera absorber culpas, minimizar tus propias emociones y sostener al mundo en tus manos.

Sí, claro que fallas. Como todo ser humano, incumples promesas, te equivocas, dices cosas que no quisieras decir. Y como todo ser humano, tratas de reconstruir, de reparar, de honrar lo que prometiste. Incluso a veces, lo intentas aún cuando por dentro sientes que te estás muriendo, porque para ti la palabra dada importa. Pero lo único que realmente te corresponde es esa promesa concreta, no cargar con toda la vida del otro, no asumir que sus heridas, sus vacíos o sus frustraciones son tu responsabilidad.

Porque si el otro decide desquitarse contigo, englobar todo lo que eres y reducirte a una pequeña falla, entonces ahí no es. Porque tú también te caes, tú también tienes tus propias crisis, tus propios días grises. No eres un personaje perfecto ni una figura inquebrantable; eres un ser humano con límites, y eso también merece respeto.

El problema es que muchas veces se espera que seas tú la que siempre sostenga, la que entienda, la que tenga paciencia. Si el otro reacciona desde su dolor, se te pide que lo comprendas; si el otro te hiere, se te pide que lo disculpes; si el otro se ausenta, se te pide que tengas empatía. Y en medio de todo ese guion, ¿quién comprende tu dolor?, ¿quién sostiene tus silencios?, ¿quién se queda cuando tú eres la que se rompe?

Y entonces escuchas reproches como: “no estuviste para mí”. Pero pocas veces alguien se detiene a preguntarte: ¿y por qué no estuviste?, ¿te pasó algo?, ¿quizás fue más grave de lo que me pasó a mí? No. El otro, en su caos, en su necesidad de atención, en su urgencia de culparte, olvida que tú también existes, que tú también atraviesas tormentas. Porque cuando el dolor es tan grande, uno pocas veces quiere hacerse cargo. Lo fácil es buscar a quién culpar. Lo cómodo es señalar afuera. Crecer duele, y responsabilizarse duele más. Entonces se prefiere exigir un rescate, pedir un salvavidas, aunque eso signifique hundir a quien intenta sostenerte.

Y ahí descubres algo esencial: que tú también necesitas retirarte, quedarte sola, guardar silencio. No porque no quieras estar, sino porque entendiste que necesitas espacio para reconstruirte primero, para volver a tu centro, para crear desde dentro la fuerza que después podrás compartir. Como decía Maslow, “uno no alcanza la autorrealización saciando las expectativas de los demás, sino respondiendo a su propia necesidad de crecimiento.”

Porque no siempre estarás disponible, no siempre podrás sostener. Y eso no te hace menos valiosa ni menos amorosa; te hace humana. Carl Rogers lo resumió con una verdad simple y radical: “cuando me acepto tal como soy, entonces puedo cambiar.” Y aceptarte como eres también significa aceptar tus quiebres, tus pausas, tu derecho a decir “hoy no puedo”.

Pero ahí está el límite: tú no eres la salvadora eterna, ni la responsable de sanar heridas que no sembraste. Y si alguien te coloca en ese lugar una y otra vez, reduciéndote a culpable cada vez que no respondes como esperan, entonces es momento de poner un alto.

Porque tú también mereces ser cuidada. Tú también mereces que alguien pregunte cómo estás, qué te duele, qué necesitas. No solo ser la que entiende, la que da, la que sana, la que se estira hasta romperse.

Tomarse un break no significa rendirse; significa reconocer que tu vida no se trata de rescatar al otro, sino de rescatarte a ti. Que hay un tiempo para sostener, pero también un tiempo para recogerte, sanar en soledad y recordar —como diría Viktor Frankl— que en ese espacio entre el estímulo y la respuesta está tu libertad. Tu derecho a elegir por ti.


El derecho al caos

Dejar que los cables se crucen es darnos permiso de sentir lo que evitamos: rabia, frustración, enojo, contradicción. No para quedarnos a vivir ahí, sino para reconocer que son parte de nuestra humanidad. Porque pretender que siempre seremos ecuánimes, pacientes y luminosos es otra forma de disfraz, otra máscara que termina sofocando.

El caos no siempre destruye; a veces abre caminos nuevos. Cuando soltamos la necesidad de ser “la buena del cuento”, dejamos espacio para la autenticidad. Y la autenticidad, aunque incómoda, siempre es liberadora.

Aceptar el caos es aceptar que a veces no estaremos para el otro, y que eso no nos hace crueles ni egoístas. Es comprender que el enojo también puede ser un límite sano, que la frustración también puede ser un lenguaje, que incluso la contradicción puede ser una brújula cuando nos obliga a replantearnos lo que ya no funciona.

Porque si el otro insiste en medirnos con el parámetro de la perfección —esperando calma infinita, comprensión inmediata, presencia absoluta— entonces el caos llega como un recordatorio: “no soy perfecta, no puedo con todo, no voy a salvarte siempre.” Y ese reconocimiento, lejos de destruirnos, nos devuelve libertad.

El caos, al final, también es una forma de honestidad. Es mirar de frente la incomodidad y decir: “aquí también habito yo, en mis enojos, en mis dudas, en mi rabia.” Y ahí, en medio del ruido, descubrimos que no todo es debilidad: hay verdad, hay fuerza, hay autenticidad.

Permitirse el caos no es traicionar el amor, es dejarlo de idealizar. Es amar desde lo humano, no desde lo perfecto. Es reconocer que incluso cuando los cables se cruzan, seguimos siendo dignos de amor, de respeto y de compañía.

Porque al final, no hay mayor engaño que pretender una calma perpetua. El caos, cuando se integra, no nos destruye: nos devuelve a la vida real.


Reescribir el final

“Hoy me tomo un break. Se acabó ser la buena del cuento; voy a dejar que se me crucen los cables y que mi desorden escriba el final.”

Ese desorden no es derrota, es un recordatorio de que el guion puede cambiar. Que no todo tiene que terminar en calma, ni en reconciliación perfecta. A veces el final más honesto es el que nos da libertad: el que nos deja ser reales, aunque no sea bonito.

Porque los cuentos de hadas nos enseñaron que la historia siempre debe cerrarse con un abrazo, una disculpa, un “vivieron felices para siempre”. Pero la vida real no siempre funciona así. Hay finales que duelen, finales que incomodan, finales que no son entendidos por los demás. Sin embargo, son finales necesarios, porque ahí dejamos de actuar un papel que nunca nos correspondió.

Reescribir el final es atreverte a no dar explicaciones infinitas, a no pedir perdón por existir con todas tus contradicciones. Es decir: “hasta aquí llego, hasta aquí me presto, hasta aquí me rompo.” Y en ese límite, reconocer que mereces seguir adelante sin cargar con las culpas, sin sostener a quien eligió no sostenerse.

Ese desorden que llega cuando los cables se cruzan no es una condena: es una apertura. Es la posibilidad de un nuevo capítulo escrito desde tu verdad y no desde la expectativa ajena. Un final donde no eres la buena, ni la mala, sino simplemente la protagonista de tu propia historia.

A veces reescribir el final no se trata de cerrar una relación o un vínculo, sino de cerrar un guion interno: el de la mujer que siempre tenía que entender, el de la que siempre sonreía aunque sangrara, el de la que nunca podía fallar. Y entonces el “fin” deja de ser resignación y se convierte en comienzo: un acto de libertad, de amor propio y de dignidad.

Porque sí, puede que no sea un final bonito, pero es un final verdadero. Y lo verdadero, aunque duela, siempre libera.


Un acto de amor propio radical

Tomarse un break no es dejar de sanar. Es sanar de otra manera.Es decir: “hoy no puedo con todo, y está bien.”Es permitirnos romper el molde, abrazar la contradicción, reconocer que también hay belleza en lo imperfecto.

Porque al final, la sanación no se trata de sostener siempre la compostura.Se trata de vivir con toda nuestra intensidad: luz y sombra, calma y caos, bondad y filo.

✨ Y para recordártelo, diseñamos un descargable gratuito:


Ejercicio: Abraza tu caos

Una hoja de trabajo con estas consignas:

  1. Escribe tres momentos en los que sentiste que se te cruzaron los cables (rabia, frustración, contradicción).

  2. Nombra qué verdad escondida había ahí. ¿Qué estabas necesitando de verdad?

  3. Redáctate una carta breve aceptando ese caos, sin juicio, como parte de tu humanidad.

  4. Elige un símbolo (una palabra, un dibujo, un color) que represente ese caos y tu decisión de darle un lugar en tu historia.



📥 Descárgalo aquí →


 
 
 

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